Publicado por Cronista Montañés jueves, 24 de abril de 2014

Se ha vuelto a celebrar con éxito notable el Día del Libro y a mi me ha sorprendido esta festividad laborable con las crónicas honorables a medio redactar. Es decir, sin nada que presentar debidamente encuadernado y digno de pasar a los anaqueles.
En la villa de Alcalá con la falda almidoná de la escritora Poniatowska se ha rememorado por enésima vez la figura del ingenioso Cervantes y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid se han leído, entre varios, un quijote enterito. En Barcelona, ni se acuerdan de que ese día se murió don Miguel de la Mancha ni que en otro tiempo la ciudad fue el epicentro de esa explosión de las letras que se denominó ¡el Boooom! Allí prefieren dedicar la jornada a San Jorge y a su dragón, dos criaturas de existencia incierta. En Londres, precisamente un 23 de abril, sir Shakespeare también hizo mutis por el Globo. En Valencia, el gremio de libreros inaugura su peculiar feria de la tapa en los jardines de Viveros. Y al otro lado del charco transatlántico, en México D.F. y en Macondo, continúan inmersos en los fastos del primer centenario de la soledad.
Desconozco el dato exacto de si todavía perviven muchos lectores de papel o por el contrario son una especie en vías de extinción. Es por ello que me he permitido dirigirme a ustedes utilizando esta original licencia en el trato llamándoles «e-lectores», un palabro que sirve igualmente para los que me leen y para los que me votan, o ambas cosas, que tampoco se descarta. Porque no se confundan, cada cual, a su manera, desde esta pantalla líquida como una horchata refrescante donde se asoma a escudriñar estos textos presidenciales, usted también es un lector, pero con esa «e» minúscula y el gracioso guión. Cosas modernas.
En mi opinión, no se conmemora el Día del e-Book como el electrodoméstico se merece, pues todo parece indicar que los pedeefes son incompatibles en su intercambio con las rosas, de modo que ese acto de amor, que consiste en obsequiar y ser obsequiado, se resentiría, simbólicamente hablando, en términos de transacción. Claro, como el mundo de la cultura lo pueblan, en su mayoría, los progresistas más conservadores que haya conocido madre; rara avis que prefieren los formatos obsoletos a los vanguardistas, la ley y el orden, al pirateo. Estos culturetas, lo mismo es que sean de la cosecha del 68 o de la del 15-M, sienten devoción por el cine en sala, la música en vinilo, los libros con hojas, la fotografía en blanco y negro y los periódicos para envolver el bocadillo. Y huyen, como del diablo, del streaming, el spotify, el instagram, el skype y el kiosko y más. De hecho, una e-lectora -que nunca me habrá votado- es asidua a mis bitácoras virtuales y me anima, a través del correo ordinario, para que las recopile en un volumen analógico. El cronista Montañés, otro antiguo, también se muestra partidario de Gutenberg, los Lumière y Marconi y de que el saber ocupe lugar. En definitiva, seres melancólicos, todos ellos, que cuando empiezan a comprender el 1.0, el mundo que les rodea ya va por el 3.0; algo semejante a lo que sucedía antaño cuando coexistían casas que iban a 125, y precisaban un transformador, mientras que otras colindantes hacía siglos que funcionaban a 220.
A mi me da lo mismo; nunca he sido un gran lector, y como e-lector dejo bastante que desear. Eso sí, si me tengo que elegir, yo prefiero la tableta, tanto en lo físico como en lo intelectual. El presidente Aznar, no conforme con haber introducido el deporte del pádel en el país de Rafa Nadal, ha puesto de moda los abdómenes cuadriculados. De este modo sus acólitos, no sólo debemos manejarnos con soltura con la pala, sino que hemos de cincelar nuestras cajas torácicas emulando el arte de Fidias. En cuanto a la otra tablet, la táctil, me mantiene los dedos perfectamente musculados, una circunstancia que resulta necesaria a la hora de realizar los nombramientos digitales inherentes al cargo y después no padecer agujetas en las falanges.
Ven, en este mundo feliz, todo son ventajas: la literatura en plasma, las rosas en las discotecas, las fiestas laborables, y sin más princesas, caballeros ni dragones que los que te retan a pasar de pantalla en la playstation.

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