Publicado por Cronista Montañés miércoles, 14 de mayo de 2014

Vaya por delante que el arte del tal Raimon nunca ha sido canto de mi devoción; siempre he creído que más que interpretar gritaba. Tampoco soy ningún experto en técnica canora. Sin duda, los alaridos le habrán venido al pelo para estar considerado uno de los más celebrados ejecutores de la canción protestona, proclamar que él no es de este mundo y decir que no a esto o a aquello. Sin embargo su desgañite lo encuentro francamente desagradable en los temas intimistas o de carácter amatorio.
Yo, en cuestión de cantautores autóctonos, para qué negarlo, prefería a Nino Bravo. Pero el buen gusto no me ha impedido seguir de soslayo la trayectoria de los denominados Setze Jutges y  los otros integrantes de esta singular asociación profesional de la Magistratura.
Estarán de acuerdo conmigo, en que si los dieciséis hubieran sido jueces, de los de verdad, su declarada parcialidad en las causas les hubiera impedido erigirse en un poder independiente, según la recomendación de Montesquieu. Y es que, en Cataluña, la independencia, ya sea de los togados, de los odontólogos o del gremio del espectáculo, se entiende de un modo distinto al resto de España. Es por ello que, tal como han evolucionado los acontecimientos desde que el Constitucional falló sobre el Estatut, no sería de extrañar que los catalanes, en un futuro condicional plucuamperfecto, sólo acataran el veredicto de los Setze Jutges, convenientemente retirados de los escenarios y reconvertidos en tribunal de última instancia. ¿Se lo imaginan? No obstante, mientras esta hipótesis no prospera, su señoría Raimon, uno de sus jurisconsultos de pro, ha vuelto a dictar sentencia, ha vuelto a decir que no y, como acostumbra, de manera sonora.
Ramón Pelegero  -éste es su verdadero nombre- es natural de Játiva, al igual que los papas Calixto y Alejandro y Alfonso Rus, y desde hace décadas vive y trabaja en la Ciudad Condal, por lo que, según la costumbre local, se le tiene por un barcelonés. Incluso hay quien lo ha tomado por uno de los máximos exponentes de la cultura de aquel Principado que aspira a convertirse en una Andorra con puerto de mar. Esta generosidad, aparente, a la hora de expedir el documento nacional de la identidad -o de dar pasaporte, según los casos- ha permitido a los Molt Honorables de la plaza de San Jaime aplicar la propiedad conmutativa y, así, cada nuevo empadronado, por la simple inscripción catastral, pasa autonómicamente a formar parte del censo con derecho a decidir (o a decir sí).
Ante la celebración del pregonado referéndum separatista se me presentan innumerables preguntas previas a la pregunta ilegal. Entre todas ellas, la cuestión que se me antoja más peliaguda es dilucidar si el catalán nace o se hace. Porque no es lo mismo que se presuponga que nuestro solista chillón les pertenece desde el instante mismo del parto o desde su posterior inscripción en el padrón de Barcelona. Es decir: si su catalanidad es de partida (de nacimiento) o, por el contrario, es de adopción tras la partida.
El caso es que, por una razón u otra, Raimon vota allí y no en el carrer Blanc. Un buen día se subió a la vespa, compuso Al vent y, literalmente, Se'n va anar. Don Manuel Fraga Iribarne, en un gesto que le honra, dijo que no pasaba nada por cantar encima de una moto. Poco más tarde, Raimon popularizado los versos de Ausiás March, su mejor letrista, mucho antes de que la America's Cup levantara en el puerto de Valencia «Veles e Vents», un edificio que es un poema dedicado a la celebración de events con velitas.
Tal vez el lenguaje arcaico del Siglo de Oro valenciano resulte ininteligible para la audiencia contemporánea, pero cuando los naturales de las tres provincias «diguem no», se nos entiende de aquí a Lima. A pesar de esta proverbial elocuencia, no es extraño comprobar cómo en los recitales del setabense, con el Palacio de la Música lleno hasta la bandera (estelada), en cuanto éste aporrea su guitarra, eleva dos octavas el chorro de voz e inicia el repertorio repleto de hits el personal se eleva hasta tocar con los cuatro dedos las vidrieras del techo. Luego, en los bises y con dos cuerdas menos, el cantant de cantants pronuncia su esperada «ene» seguida de incontables «os». El público, en el clímax de la actuación, le contesta con un verso libre de autor anónimo: «In-da-in-da-in-da-pen-den-ci-à», a lo que el socarrat les vuelve a decir que nones, que él viene de un silencio y de un tiempo y de un país...
¿Qué parte del adverbio de negación no han entendido los caballeros de la corte del rey Artur? ¿No saben que esto es lo malo de preguntar? Peor aún, ¿no saben que lo malo de preguntar es que una de las contestaciones posibles sea no? Y, mucho más grave todavía, ¿acaso ignoraban la respuesta si la cuestión se la formulan al Dr. No?  Dicho con otras palabras, las propias palabras del chansonnier de Játiva: «qui pregunta ja respon, qui respon també pregunta»



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