Publicado por Cronista Montañés miércoles, 23 de julio de 2014

El encuentro se produce en el Salón Dorado del Palacio de la Generalitat de Valencia. La sala, como su propio nombre indica, está recubierta de panes de oro y la mera presencia en su interior causa efectos próximos a la psicodelia que se alcanzaba con el consumo de ciertas pastillas en la época del Esta-Sí/Esta-No. Por suerte, las cámaras de vigilancia y los micrófonos de última generación registran todo lo que acontece allí dentro. Una vez visionado y transcrito, los servicios de inteligencia (es un decir) del gobierno autónomo clasifican las conversaciones, las almacenan en un disco duro y, luego, las pierden. Dada la trascendencia del diálogo que tiene lugar en la dicha estancia flamígera de reflejos alucinógenos, entre los dos hombres que resultan claves en esta bitácora: un príncipe de provincias y el cronista Montañés, reproducimos aquí las palabras de la reunión antes de que se extravíen en el ciberespacio.
—¡Hombre, mi negro! -exclama el Molt Honorable Fabra en tono de francachela y prosigue sin dar pie al interlocutor: No te ofendas por lo de negro, en esta etapa de regeneración y transparencia lo único que trabajamos en "b" es tu escritura. No es necesario que te explique cómo se ha puesto el asunto de la contabilidad.
—El oficio de contar está fatal; lo mismo es si cuentas cuentas como si cuentas cuentos.
—Precisamente, te he mandado llamar porque, según compruebo, la crónica corre el peligro de cronificarse.
—Presidente, toda crónica tiende a ello, es su colmo -asevera el amanuense con visibles signos de sofoquina y abundante sudoración en frente y axilas que atribuye al incesante centelleo que rebota del zócalo de azulejos cerámicos hacia el artesonado áureo.
—Además, no me gustaría que un texto de esta naturaleza tuviera efectos coelectorales y siempre hay malajes que dan la legislatura por concluida. Como quien dice, vivimos en un tiempo añadido, en la prórroga del encuentro y, lo que es peor, no sé si voy ganando o pierdo por goleada.
—Señor, esto nos sitúa ante un final abierto y los finales abiertos confieren mucho prestigio a las obras contemporáneas. No sé si mis e-lectores y sus electores están preparados para tanto modernismo. De algún modo nos debemos a ellos y tienen derecho a saber cómo acabamos.
—¿Qué insinúas que «está el hoy abierto al mañana, mañana al infinito. Hombres de España: ni el pasado ha muerto, ni está mañana en el ayer escrito».
—Ni don Antonio Machado lo hubiera expresado con mayor sentido de la métrica, el ritmo y la prosodia.
—Menos coña, que la frase se la escuché a Adolfo Suárez, siendo yo todavía un niño. Ay, Adolfo. -El quejío y el trato nominal hacia el mandatario fallecido es un rasgo de centrismo que algunos responsables del Partido Partido dejan patente como si guardaran luto permanente por el de Cebreros.
—Las grandes citas siempre trascienden al que las pronuncia.
—Ahí quería yo llegar, Montañés. Las crónicas semanales que has publicado por entregas están repletas de páginas en las que no se sabe muy bien quién es el narrador: tú o el menda lerenda -reprueba el líder levantino, exhibiendo un manojo de folios impresos a doble cara (por la austeridad) con visible gesto de enojo.
—Para el caso es lo mismo, el «yo omnisciente» es la «primera persona» y usted, mientras ostente el cargo presidencial, siempre será la Primera Persona y además del singular.
—¿No serás uno de ésos que me quieren ver fuera de estas cuatro paredes incandescentes? Poner el The End en el texto no te otorga el privilegio de finiquitarme de en medio.
—Nada más ajeno a mis competencias narrativas y estatutarias -reconviene el escribidor fiel.
—Lo cierto, por qué no reconocerlo, es que las circunstancias me han situado ante el final de la Historia con mayúsculas, la segunda Transición que ignoramos a dónde nos conduce.
—Y ante el fin de la historia con minúsculas: el blog sin anillas, no lo olvide.
—Bueno, dejémonos de cháchara y pongamos los puntos sobre los I.E.S.
—Querrá decir: sobre las íes.
—No me corrijas. Me refiero a los institutos de enseñanza secundaria; ahí están esperándonos ávidos nuestros lectores cautivos y desarmados. Para el próximo curso ordenaré que la consejería proponga «Crónicas honorables» como libro de lectura recomendada en cuarto de E.S.O.
—¡Eso!
—Eso no es nada; la bomba vendrá cuando lo meta de texto obligatorio en bachiller. Nuestro libro, querido cronista, va a convertirse en la Enciclopedia Álvarez de la Ley Wert.
—Presidente, me consta que uno de los fascículos electrónicos, el titulado «El ornitorrinco rampante», se analizó en clase de Sociales en último trimestre.
—¿Sociales?, seguro que fue iniciativa de los socialistas.-Entonces el rostro se le nubla por la mera evocación de sus insignificantes opositores.
—En efecto, se trató de uno de esos profesores que van y vuelven del aula al escaño y viceversa, por alguna puerta giratoria de ésas que tanto detestan.
—Los progres entran y salen de la política a la enseñanza como Harry Potter en la escuela de hechicería.
—¿Quiere que le pregunte al mago Yunke cuál es el truco?
—Mejor pregúntale dónde se esconde el portal secreto que lleva los consejos de administración de Telefónica, Iberdrola o Bancaja. O qué puerta giratoria me espera el día que salga de aquí yo, un humilde arquitecto técnico. -Se interroga angustiado el antiguo delineante que se ha hecho famoso por trazar líneas rojas a diestro y siniestro.
—La arquitectura está por los suelos, sólo tiene que ver a Calatrava, con lo que ha sido este hombre.
—Y su trencadís no digamos! -dice con un punto de amargura profesional.
—Por lo menos no ha caído el Príncipe Felipe.
—¿El rey? Tan pronto y ya quieres que venga la República.
—¡No, el rey, no! Me refiero al museo Principe Felipe que también es obra de don Santiago.
—Menuda sensación de agobio me ha entrando, Montañés. Ha sido pronunciar la palabra trencadís y me parece que todo va a romperse de un instante a otro: el presunto grupo parlamentario, mi idilio María Dolores del Toboso, el amor que me profesa Rita...
—¿Se les rompió el amor de tanto usarlo?
—¡No, hombre, qué dices! ¡Con la alcaldesa, no practico ese tipo de amor! Aunque ahora que estamos a punto de concluir la crónica, romper con Barberá podría tener consecuencias cabañalescas. -El ánimo del mandatario autonómico empeora al evocar la suerte de los poblados marítimos.
—Si me permite, don Alberto magno, para rematar con un broche de oro, acorde con este Salón Dorado, creo que debería poner en su boca una frase a la altura del momento que estamos viviendo. Por ejemplo: «O yo o el caos» -sentencia el negro, esperando respuesta.
—¿Puedo pedir el comodín del público? -dice el Honorable como queriendo agradar a los partidarios de conocer la opinión de la ciudadanía.
—Le recuerdo que ha agotado todos los comodines. Le repito el enunciado: "O yo o el caos" y hasta aquí puedo leer. -El cronista lanzó la tarjetita que realizó un vuelo parecido al de un dron por la sala de los brillos.
—¿Yo?, ¿el caos? Ya entiendo el enigma: la gente desea cambiar, ello puede llevarlos a preferir al tri-cuatri-penta-partito y, por consiguiente, optar por el caos. -Dicho esto permanece en silencio unos segundos-. Creo que tengo la solución: si los ciudadanos lo que demandan es un gobierno caótico, ya tienen el mío que, aunque no es multipartito, cuenta con diputados en dos grupos parlamentarios.
—Es una posibilidad. Corrijo la frase: «Usted y/o el caos».
—Todo antes que contentar a esos que me llaman Pepino el Breve.
—Pepino no, le llaman Moniato.
—Pepino, moniato, es lo mismo. Lo que importa es me llaman el Breve, que es lo que jode. No obstante, yo lucho por perdurar con denuedo, eternizarme sin limitación de mandatos ni tele y obtener la mayoría absoluta sin absolutamente ningún imputado. Todavía siento que tengo tanto que regenerar como presiente de esta nuestra Comunitat.
El Molt Honorable queda atrapado en la frase que había servido de pórtico al blog durante nueve meses, lo que dura un embarazo de Gallardón. Apenas atiende a las reverencias que el cronista le obsequia mientras se dirige hacia la puerta sin atreverse a darle la espalda. Al presidente se le ve entonces contoneando su anatomía de pívot entre las líneas rojas que él mismo diseminó por todo el palacio para que nadie se atreviera a traspasarlas. Es obvio que está bajo los efectos del Salón Dorado. Aquella telaraña de rayos invisibles le impide avanzar mientras en el interior de su cabeza comienzan a sonar las alarmas que en el pasado se mantuvieron desactivadas. El presidente recuerda el paso del Meridiano de Greenwich y el paralelo 40, las otras líneas imaginarias que cruzan la geografía valenciana sin que nadie repare en su trazado, ni salte ninguna sirena al atravesarlas.
El negro -ya fuera de la estancia- es acompañado amablemente por la secretaria plenipotenciaria hasta la escalinata de piedra que conduce al patio. La mujer de confianza ha seguido la conversación desde una habitación contigua encasquetándose los cascos del magnetófono que le dan un aire a la Dama de Elche, pero mucho más delicada que aquella primera dama hombruna. Por unos instantes, mientras escucha la charla, alberga la sospecha de que el amanuense es el topo que tanto ansia descubrir y que perturba la calma renacentista en el número 1 de la calle de Caballeros.




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