Publicado por Cronista Montañés miércoles, 27 de noviembre de 2013

En la actualidad el oficio de cronista ha quedado en el más absoluto limbo laboral. El cronista oficial ha devenido en una figura honorífica que recae en venerables personalidades (literatos, historiadores o archiveros) que el mandamás de turno decide convertir en su jarrón chino. Un objeto decorativo que nadie sabe muy bien cuál es su utilidad, ni dónde hay que colocarlo para que no moleste demasiado.
Por otro lado, últimamente proliferan a diestro y siniestro los cronistas oficiosos, tipos que se abren un blog en la red y, desde este alojamiento, comienzan a verter toda clase de opiniones haciendo uso de la libertad de expresión imperante. Aquí, el santo y seña es el manido “personal e intransferible”, que se convierte en el salvoconducto perfecto para dar rienda suelta a comentarios de cualquier ralea sin que le acusen a uno de estar cometiendo un delito de injurias.
A su vez, la crónica de papel malvive en las páginas de los periódicos, pues éstos o son digitales o lo serán en breve y, ya se sabe, que la medida universal de una noticia, cuando se introduce en el líquido de un plasma, son los ciento cuarenta caracteres. Y como diría al clásico: lo bueno si Tuit, dos veces Face. 
Visto el panorama que ofrece el género, Montañés se presenta como un ser mitológico: mitad cronista, mitad bloguero. De esta manera, los textos que continuarán esta serie que comienza hoy, en lugar de apropiárselos el arriba firmante, le son atribuidos a un tal Alberto Fabra y Part, a la sazón presidente de la Generalitat de Valencia. De ahí que, sin renunciar a la inmediatez de las bitácoras que pueblan internet, esta literatura cibernética adquiere la prosapia impostada de los dietarios o los libros de memorias. En definitiva, un subproducto que resulta “personal” pero que es “transferible”, en tanto que la primera persona es un “yo” que puede llevar a la confusión de los lectores y, llegado el caso, a una querella por suplantación de personalidad.
Usted, estimado contribuyente, pone el resto.  

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  1. Y hubo un gobernante en la antigüedad, que acusado de amasar tesoros en su zona privada, les abrió sus puertas y solo encontraron un montón de paja, una flauta y un traje de pastor.Un auténtico chasco para los envidiosos de siempre.

    Rememorar al pastorcillo que fue, le daba fuerzas para seguir al mando.

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