Publicado por Cronista Montañés lunes, 15 de julio de 2019

Del saludo imperial y algo péplum «Ave, César» al actualísimo y muy popular «Ave, Mariano, sin pecado concebido» median exactamente dos milenios de cartón piedra, once años de promesas electorales y media hora de retraso ferroviario. Antaño, un edatano o un ilercabón lo pudo pronunciar al paso de un patricio romano que marchaba por la Vía Augusta encaramado en su cuádriga de velocidad (lenta) camino de la ciudad de Rómulo, Remo y la Loba capitolina. Ahora, los descendientes de aquellos paisanos de la Dama de Elche se lo han podido gritar al gobernador de la Hispania Ulterior y la Citerior en viaje de ida y vuelta a ninguna parte. 
Rajoy (que significa: 'el rayo de hoy' en galaicoportugués) se subió en el Ave en la Puerta de Atocha de los Madriles y descendió en la puerta más tocha de la estación de Castellón. Este cronista se sumó a la comitiva presidencial en Joaquín Sorolla y por ello sabe en primera persona cuanto aconteció a la altura de Saguntum, cuando aquella 'cuadriga' de la velocidad (¿alta?) estuvo parada durante treinta minutos.
El presidente de España, sobre quien el amanuense ya contó en una ocasión que si te cruzabas con él en una escalera nunca sabías si subía o bajaba, protagonizó otro de estos episodios marianistas, de modo que nadie supo muy bien si aquella cafetera avanzaba o estaba quieto. Es ese instante en que crees que tu tren se ha puesto en marcha y, sin embargo, sigue parado y son los otros los que circulan a toda máquina. Así sucedió, pues nos adelantó un cercanías, el tranvía a la Malvarrosa y hasta la Panderola, xis, xum, traca, tra. Y pensé que una cosa tan extraordinaria no podía estar sucediendo el mismo día de la inauguración del tren bala. Pero en este viaje al fin del mundo, al finisterre de los naranjales y las baldosas, todo era posible. 
El realismo mágico del lejano país de Cunqueiro penetró con sus brumas espesas en estas antípodas peninsulares y una neblina atlántica comenzó a colarse en este rincón ignorado del Mediterráneo, una periferia equidistante de todos los centros. Y todo gracias a las bocanadas del humo espeso que don Mariano comenzó a producir consumiendo puros habanos como una vieja locomotora a vapor. En una centésima de segundo ya no vi nada más allá de mis narices. Como si me hubiera transportado a Camelot, el Merlín de Pontevedra, que disponía de poderes (al menos de los poderes del Estado), por treinta minutos de reloj se mostró un tipo vulnerable. Eso sí, un hilo de anhídrido dulzón, hijo natural de aquellos hilitos de pastelina del Prestige, fulminó mi pituitaria y me dejó más paralizado que el vagón de primera. Al punto, comprendí que la emanación del cigarro era capaz de transportarnos a los días en que se podía fumar en los trenes sin distinción entre fumadores pasivos y activos. 
Aquel fue un tiempo de vino y rosas en que los bipartidistas de la Segunda Restauración (PP-SOE) no tenían que estar pendientes del retrovisor, ojo avizor por si el que llevaban detrás siguiéndoles por la senda constitucional iba a adelantarlos por la extrema izquierda y, si se descuidan, hasta por la ultraderecha. El líder español buceaba complacido en ese pasado pluscuamperfecto sin Ciudadano's ni Faes, ni voxes, y le ofreció un Montecristo a Puig, que aseguró que le sumergiría ipso facto al pretérito anterior a Compromís, Podemos y las ocurrencias. El Honorable rehuyó su regalía, no fuera a apuntársela en el capítulo de la deuda autonómica a cargo del Fla, y porque el morellano es más de Cohibas. Éste realizó la circuncisión de su prepucio de hojas crepitantes, escuchó el grillo caribe que esconden (cri-cri) y le dio candela. Al instante, se vio como un monarca magnánimo que celebraba la creación de la Generalitat de aquí (hace 600 años) y presentaba ante el mundo su logotipo impactante y de mucho diseño. También se imaginó, claro está, con mayoría absoluta, al cuidado de un jardín botánico donde no crecen las plantas carnívoras y sobrevolando Valencia a lomos del dragón alado del escudo, como el protagonista de La historia interminable, por si la cosa podía durar eternamente (tres o cuatro legislaturas). 

Entonces, saliendo del ensueño, don Mariano le susurró al oído: «Se da cuenta, don Ximo, de que en este convoy sólo viajamos nosotros solos, sin polizones, sin más rivera que la del Mare Nortrum, sin más iglesias que los templos dedicados a Zeus y Afrodita, sin más costa que la del Azahar, sin más camps que los huertos de navelates, y liberados, por siempre, de la Gürtel, los Eres y la Púnica». A lo que su homólogo respondió sobresaltado y entre sudores: «¡Hablando de Aníbal Barca, se da usted cuenta que hace media hora que estamos parados y que esto no chuta!».

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