Publicado por Cronista Montañés miércoles, 16 de abril de 2014


«Verde por fuera, rojo por dentro, ¿qué es?». Les confieso que odio las adivinanzas, me incomodan, me ponen nervioso, me dejan cariacontecido. Generalmente son un entretenimiento inocente que te mantiene en vilo unos minutos rumiando una idiotez solemne. No obstante, resulta obvio que estos acertijos vienen gozando de gran predicamento entre la intelectualidad desde que la Esfinge le interrogó a Edipo sobre qué especie del reino animal al nacer iba a cuatro patas, luego a dos y después a tres. La respuesta para el primer enigma que les he propuesto y para éste de los griegos clásicos, curiosamente, es la misma: el Pulseritas. Me refiero, claro ésta, al ser humano denominado Esteban Glez Pons, el tándem de Cañete para las elecciones europeas.
Me explico: el flamante Glez. Pons tiene un pasado valenciano, él fue el titular de la consejería de Territorio y Vivienda, o, dicho en otras palabras, fue responsable del departamento que reunía en una sola cartera las competencias del medio ambiente y las relativas a la burbuja del tocho. Tal extravagancia gubernativa despertó, en la hora de su nombramiento, las mismas dudas que genera la idoneidad de poner al lobo de Wall Street al cuidado de las ovejitas de Carmen Sevilla. Pero el excelentísimo don Esteban, en lugar de arrugarse, ante el apriorismo conservacionista que se empeñaba en presentarlo como un predador partidario de la especulación inmobiliaria en detrimento de los ecosistemas, lanzó la adivinanza con la que he iniciado mi bitácora. «Verde por fuera, rojo por dentro, ¿qué es?». Los periodistas le reconvinieron que en las ruedas de prensa las preguntas enrevesadas las hacían ellos. De modo que uno de los gacetilleros tomó el turno de palabra e infirió: «¿Qué ha querido decir con este galimatías?». El mandamás de los parajes urbanísticos y los planes de ordenación naturalista, y viceversa, obvió la falta de agudeza del entrevistador y soltó ante la selecta concurrencia: «la solución a la charada soy yo: el consejero-sandia; porque, han de saber ustedes, que Dios me hizo verde por la parte que les muestro y con el corazoncito latiendo a la izquierda».  «¡El conseller-sandía, la caraba!», exclamó la canallesca.
Ahí Esteban se destapó, abrió aquel melón de Argel verdirrojo que llevaba dentro (y un poco fuera) y, desde ese precioso instante, fue cogiéndole el gusto a soltar esa clase de frases medio crípticas, medio chorras que lo han encumbrado. Mutado ya en la nueva esfinge, mitad camaleón, mitad busto parlante, alcanzó la portavocía nacional del partido. Tal fue el éxito que cosecharon en Madrid sus calambures y retruécanos que pronto lo ascendieron del cargo de cotorra oficial a vicesecretario de Estudios y Programas, un puesto reservado únicamente a los más estudiosos y programados.
Glez. Pons, al frente de este sesudo cometido había de demostrar que el encargo de don Mariano no le venía grande, así que se puso a escribir un libro. Era su particular manera de regresar al tocho, pues el Pulseritas redactó un compendio con pensamientos y ocurrencias que tituló «Camisa blanca». De nuevo un acertijo que evocaba a aquella tonadilla para progres, con la voz de Ana Belén, la niña-prodigio crecidita, y los versos de Blas de Otero. «España camisa blanca de mi esperanza/ de fuera a adentro, dulce o amarga/ de olor a incienso, de cal y caña» ¿La sandía? No, esta vez la respuesta volvía a ser él, el encamisado impoluto con tejanos de Pepe-jeans. En esta ocasión, la elección del look casual, no era tan casual, era su peculiar manera de marcar distancia con Pacocamps, el de los ternos milaneses confecionados a medida. La camisa blanca, como los vaqueros peperos y las pulseritas de colores, claro está, símbolizaban que él estaba libre de correas, de trabillas italianas y del oro en paño con los que el sastrecillo confeccionaba el traje del emperador. Ésos que ahora han acabado en un contenedor de Cáritas.
Sin embargo, don Esteban, que muy bien hubiera podido sustituir al Poc Honorable, que nunca salió del armario-ropero, no era diputado autonómico y yo sí. Se sentaba en las Cortes equivocadas, las de los leones, y, si es importante el ser, más importante es el estar. Y el parecer. De forma que nuestra gran promesa política tuvo que conformarse con seguir siendo el hombre-anuncio de Blancolor con la sonrisa Profident de efecto blanqueante, hasta que le llegara un destino mejor.
Génova, en esta ocasión, ha creído que debe ir de segundo en la candidatura encabezada por don Miguel Arias. El bello y el bestia, el yogurín al lado del ministro que se zampaba los danones caducados. Yo, que todavía he de superar la reválida (inconvenientes de la Ley Wert), con su ascensión al estrellado cielo de Europa, me quito de en medio a un posible competidor en la carrera a la presidencia. Ya se sabe que en los maratones el atleta compite contra sí mismo, sin embargo, uno, qué quieren que les diga, se queda bastante más tranquilo al saber que el Pulseritas no corre en esta prueba de obstáculos. Váyase, señor González... a Bruselas.



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