Publicado por Cronista Montañés sábado, 25 de enero de 2014

Al salir del palacio alucinante decidí huir a Alboraya a tomar una horchata reparadora antes de regresar definitivamente a la Plana. El pueblo es un pequeño parque temático dedicado al cultivo y la transformación del néctar de la chufa, y a la industria repostera del fartó. Entré acalorado en la heladería Daniel, un templo consagrado a esta alquimia moruna que cuenta con amplios salones donde consumar plácidamente la cata del manjar por hectolitros. Junto a la mesa del ventanal donde me instalé para refrescar ya se hallaba sentado un glotón que consumía y hablaba por el móvil al unísono. Sin saberlo, me había introducido un artículo de Millás de esos que escribe cada vez que se pide un gintonic, justo en el instante anterior a que escudriñe la conversación contigua. «Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno», justificaba el clásico, como cualquier chafardero que se precie. De modo que, con permiso de Juanjo Millás y Publio Terencio, dos autoridades en la materia, me fui a aplicar en el arte de parar la oreja.
El hombre colindante combinaba la conversación inalámbrica con la acrobática devoración de media docena de fartons empapados en la leche del tubérculo. Esta bollería recién horneada absorbe el liquido igual que los tampax de los anuncios, por lo se puede afirmar, que la horchata igual que se bebe se come. El cineasta Bigas Luna admiraba la consumición vertical de los calçots con salsa romesco por ser ésta una manera en que el Cielo y la Tierra entran en perfecta comunión. Pensé que la operación de solidificar la horchata valenciana mediante el fartó y engullirlo sin perder el equilibrio no resulta menos mística que la transustanciación pagana de las cebollas catalanas. Pero la magia de este íntimo placer huertano en Daniel se rompe o, al menos, complica enormemente si se desea conversar por el telefonillo.
A ello se empleaba con esmero mi goloso vecino de velador como un saturno merendando hijos. De esta manera, en los breves intervalos que restaban entre los bocados húmedos, él iba deslizando frases del tipo:
—Ahora me pillas en medio de una reunión. (Ñam, ñan). Se corta. Te pierdo. (Ñam, ñam, ñam). Hay muy mala cobertura. (Ñam).
El tío llevaba ya tres fartons e indicó a la camarera que le trajera otra probeta de litro, pues la primera había quedado seca a resultas del paso del estado líquido al sólido. En el ínterin que se prolongó desde el momento en que la muchacha le tomó la comanda y regresó transformada en la lechera del cuento, mi vecino aprovechó para largar algo meridianamente inteligible.
—No desesperes, reina, tengo más facturas de hotel y tíckets de compra en Mercadona. Todo cargado al presupuesto. Pero no te emociones, hay mucho producto Hacendado y un tinte para el cabello Deliplus. Y la Señora realiza las reservas a través del buscador Trivago, que yo, al principio, pensaba que era un tripartito de zánganos.
Aquel gran humanista (por la envergadura, lo digo) había conseguido captar mi atención de natural dispersa. Y proseguía:   
—Esto es la caída del Imperio Romano, que digo romano, no llega ni a rumano; el acabose. Lo que yo te diga, bonita, estos comprobantes con marcas blancas, vuelos baratos y alojamientos low cost son la prueba de la decadencia de Occidente, el ocaso de los dioses, los últimos días de Pompeya, el apocalipsis de San Juan, el remate de las rebajas, en una palabra: el fin. Bueno, ahora tengo que dejarte; me reclama el deber. (Ñam, ñam, ñam).
El individuo apuró la líquida, ahora churrupeteando el fondo del vaso largo con una pajita hasta apurar la última lágrima escarchada de oro blanco. Luego, se levantó con parsimonia y se dirigió al encargado del local indicando que cargaran el dispendio a la consejería de la Presidencia. Concepto: Almuerzo de trabajo para cuatro. Al cruzar el salón en dirección a la salida observé que se persignaba ante la talla de la Cheperudeta que presidía la horchatería. Quizás el remordimiento por su falta telefónica mortificaba su conciencia; aunque, como buen cristiano, seguro que él creía en el perdón de los pecados y en una vida mejor, bueno, mejor que la de funcionario era difícil de concebir hoy en día. El caso es que se esfumó ante mis ojos, yo le dejé marchar sin pedirle si quiera que me dijera su nombre de pila. No cabía ninguna duda, aquel zampabollos era el topo, la Pimpinela Escarlata que con sus filtraciones a la prensa mantenía en vilo a toda Valencia y parte de Génova. El caso es que su rostro prototípico me resultó familiar, me recordó a Don Pío, el humorista fallecido del que todavía se vendían cintas de cassette en las gasolineras.


                                                                             FIN


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  1. Magnífica crònica de "això que passa per ací i això ho pague jo". Grácies Xipell, per fer-nos gaudir dels teus escrits. Aquest i molts més els publicaré al meu bloc, i ja saps que el tens a la teua disposició.SALUT I FORÇA!

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