Publicado por Cronista Montañés martes, 14 de enero de 2014


Observo como se ha puesto de moda conmemorar las efemérides de los principales próceres del país dedicando una anualidad a ensalzar la memoria del día de su bautizo o sus pompas fúnebres. Ahora y aquí, no quiero dejar pasar la ocasión de homenajear a Blasco. Y no se crean que voy a aprovechar la oportunidad que me brinda este blog sin anillas para ensalzar alguna fecha señalada de la vida o la muerte del escritor de "Cañas y barro", que se lo tendrá bien merecido, sino para honrar la biografía del autor de un bestseller contemporáneo que quita el sentío: "El curioso caso del gato por conejo".
La moderna Generalitat que hoy presido -y mañana Diós dirá- no puede entenderse sin una decena de trabajos realizados por Rafael Blasco y Castany, un Hércules alcireño. Nuestro héroe empezó militando en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, y acabó en el PP, que también es patriota. Y ustedes se preguntarán cómo se puede pasar de una organización maoísta de línea albanesa a la formación de la gente bien. No es fácil, lo acepto, pero el sujeto, para alcanzar la preciada meta, antes hubo de cruzar la meta volante del PSPV-PSOE, el verdadero descompresor de las ideologías más disparatadas. Mientras conservó el carné de la rosa obtuvo su primer puesto de consejero autonómico y, gracias a este modo empírico, no tardó en percatarse que su verdadera vocación no era el socialismo sino la consejería, Tampoco parecía importarle mucho cual fuera el área de gobierno donde había de lidiar; nuestro hombre del Renacimiento se interesaba igualmente por la gimnasia como por la magnesia. Sólo ponía una condición: delante de su nombre tenían que figurar las abreviaturas Ilmo. Sr.
A los cuatro presidentes que me han precedido en el cargo -idéntico número al de jinetes del Apocalipsis de la novela blasquista- él los llevó montados a caballito. ¡Menuda coincidencia! Después de practicar este juego inocente, que hacía creer a los césares levantinos que componían la más hermosa estatua ecuestre, ellos, agradecidos, lo sentaban en mesa de sus respectivos gabinetes. Lástima que a mi su grupa no me pareciera la cabalgadura más apropiada cuando uno pretende emular la estatua del rey don Jaime que hay frente al Corte Inglés. Reconozco que el hombre puso todo su empeño en seducirme con maneras de jaca jerezana, incluso se me presentó en el despacho del Palau perfectamente ensillado y con las bridas tirándole del bozo. Decliné su invitación y no subí. Eso sí, en un descuido suyo, le arrebaté los correajes aunque reconozco que me faltó valor para privarle de la silla con la que había ganado todas las carreras hasta el día de la fecha.
Joan Lerma, el primer jockey que lo montó, lo descubrió para la Presidencia cuando su área de influencia todavía radicaba en la Ribera del Júcar, una comarca que en  breve plazo pasó a denominarse el País Blasco. No obstante, fue en el departamento de Obras Públicas donde desplegó todo el poderío y, de Vinaroz a Pinar de la Horadada, ningún Plan General se libró de portar su graciosa rúbrica. Después de tanto ir las manos al pan, un escándalo de sobornos urbanísticos le llevó a ceder los derechos de autor de su apellido, y el del del autor de "La barraca" y "Entre naranjos", en beneficio de un sumario de la Audiencia. Para entonces el responsable de la consejería ya se había recalificado todas las barracas huertanas que quedaban en píe, por lo que el viejo drama rural de don Vicente se convirtió en el moderno drama urbanizable de don Rafael. Y "Entre naranjos" pasó de ser un título de la literatura a razón social de una promotora inmobiliaria.
Visto lo visto, el incombustible político tuvo que cambiar de caballista y de paso, sustituir la cuadra del socialismo obrero español, por un establo recién estrenado: el PSI, un chiringuito sin franquicia. Sus montadores eran gente poco dotada para el Grand National, el derby en el que sólo corren los mejores. En este punto empezó a intuirse lo útil que podía ser aquel potro desbocado en busca de llanero para el Partido-Partido. De esta manera, Eduardo Zaplana, el lince que ya se había servido de una tránsfuga para arrebatar la alcaldía de Benidorm al felipismo, captó al caballo de Troya para conquistar la plaza donde ya había campado a sus anchas: la Generalitat de Valencia. Nuevamente en el Palau, Rafael, primero ejerció como jefe de la fontanería palatina y, comprobada la eficacia, más tarde volvió a ser consejero, ora en Empleo, ora en Bienestar Social, ámbitos que desempeñó con su característica audacia.
El próximo tránsito no sería tan sencillo, el incombustible servidor público había de atravesar a cuatro patas las líneas de fuego de la guerra sin cuartel abierta en el PPCV. De la zona zaplanista, donde había medrado en los mencionados puestos, había de pasarse al territorio de Pacocamps, su nuevo mentor con firma en el Diari Oficial. Para ello hubo de recalar unos meses en esa tierra de nadie que fue el Preferente Olivas, antes de que éste diera el triple salto de Honorable a cajero automático. En la Era Campista, mi predecesor lo nombró titular de Territorio y Vivienda, y también  de Sanidad. Hasta aquí Rafael Blasco siguió demostrando que servía para un roto y para un descosido, y que todavía no había dado el do de pecho. Ese instante mágico, en el que la prima donna rompe la copa de cristal con su nota más aguda, él lo alcanzó Blasco en la consejería de Cooperación.
Allí aplicó sus recetas para desarrollar el Tercer Mundo y parte del nuestro. No sé si practicando el principio cristiano que reza que la caridad comienza por uno mismo, o la máxima blasquista de "arroz y tartana, y que ruede la bola a la valenciana"; lo que sí que sé es que por mezclarse con oenegés de nombres sugerentes, ahora, se ve sentado en el banquillo de los impuados y en el escaño de los proscritos. Él que siempre lució la mejor ensilladura de la calle de Caballeros.
Moraleja: Rafa, ¿quién te llamaba involucrarte en organizaciones no gubernamentales habiendo conocido como nadie las organizaciones gubernamentales?

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