Publicado por Cronista Montañés viernes, 29 de noviembre de 2013

Por aquello de empezar por el principio el amanuense me  suplica que recuerde cómo me tocó la Generalitat en una rifa. Valencia iba a celebrar la Feria de Julio del año 2011 con un programa de actividades que, antaño, tenía como acontecimiento principal la batalla de flores en el paseo de la Alameda. Qué poco podían imaginar los vecinos del Cap y Casal que ese verano presenciarían una nueva batalla en la que no se lanzarían pétalos de rosa ni claveles reventones, sino trajes con trabilla italiana y bolsos de marca.
Sucedió que al entonces presidente Pacocamps, recién reelegido con mayoría absolutísima, lo imputaron por el testimonio de un sastre que más parecía un personaje de los tiempos de El tiempo entre costuras. Un intrigante, vaya. Un hombre que se sacó de la manga el chisme ése de los regalos con los que el Correa y el Bigotes untaban a nuestras autoridades. Las facturas de las presuntas dádivas, como es natural, nunca aparecieron. Entonces, -¡craso error!-, el Molt Honorable confió en estar revestido de la mucha honorabilidad inherente al cargo y, lo que es más importante, en que Mariano acudiría presto a auxiliarlo. Pero el líder máximo, sumergido de pleno en el Crack del 2008, puso a la Cospedal sobre el asunto, que para algo es la Secretaria-Generala. La manchega, que había leído el cuento de Andersen y no el tocho de la Dueñas, se inclinó por la versión 2.0 de “El rey va desnudo” y exigió, por decoro, el relevo inmediato del titular del Palau de la calle Caballeros. Con lo que Pacocamps comprendió, al fin, qué quiso decir Rajoy en la Plaza de Toros cuando le prometió que siempre estaría a su lado, o delante, o por detrás... 
Fue de este modo “accidental” como en la sede de Génova se hallaron en la tesitura de haber de sustituir a un barón autonómico un tanto especial y poner, en su lugar, a uno más normalito. Se dice, con cierta maledicencia, que la primera opción fue Rita y que a mi me llamaron tras el descarte de la alcaldesa. Sepan que uno también fue alcalde, de Castellón de la Plana y a mucha honra, y que ya me había visto en el trance de sustituir a otro, sin la necesidad engorrosa de haber encabezado la lista como candidato del Partido. Quizás, en aquella reunión de Maitines, se tomó en consideración que ésta fuera mi secreta especialidad, y que las enseñanzas que tanto me habían servido para escalar de concejal de urbanismo a primer edil, ahora bien podrían ayudarme en el tránsito de diputado en Corts a presidente de la Comunitat. De este modo, un tanto atolondrado, la elección recayó en mi persona. ¡Qué importa que Dios escriba en renglones torcidos si, luego, se entiende todo lo que pone!







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