Publicado por Cronista Montañés viernes, 28 de marzo de 2014


Qué decir de Adolfo Suárez que no se haya glosado ya tras su fallecimiento, incluso durante los años de enfermedad in memoriam. Reconozco que es complicado enaltecer la figura del presidente de la España Transitiva y no sentir la tentación de situarse a su lado como un estrecho colega de aventuras en alguno de los episodios nacionales que protagonizó. También observo a esos maestros del obituario que le lanzan alabanzas con la gracia de un aborigen con el bumerán. La técnica consiste en dedicarle elogios al político fallecido que, una vez sobrevuelan las tertulias, le vuelven a la persona que los pronunció con la finalidad de adornar su propia vicisitud.
Por más que busque y rebusque, admito que yo puedo aportar vaguedades a la catarata de panegíricos y hagiografías que se están publicando. Es por ello que relataré la importancia que tuvo para mí el estadista de Cebreros desde la introspección de quien únicamente le vio salir por la televisión cuando Cuéntame se emitía en directo. No obstante, me supongo que al final sabré encontrar el parangón entre el desaparecido y quien suscribe.
Suárez, como es bien sabido, llegó a la Moncloa con los correajes del uniforme de la Falange, y no me estoy refiriendo a  los de un "flecha" o un "pelayo", sino a los del Ministro Secretario General del Movimiento. Evidentemente, el hecho de que don Juan Carlos le eligiera para sustituir a Carlos Alias Carnicerito hacía indicar que todo "estaba atado y bien atado" como testamentó el Anteriorísimo. Sin embargo Adolfo, a pesar de este nombre de evocaciones ultras, portaba a palacio un invento digno de un feriante. El artilugio en cuestión era el centro. Es obvio que aún pervivían las dos Españas, la Nacional y la Roja (no confundir con la Selección de Vicente del Bosque), y comenzaban inscribirse a diestra y siniestra partidos de siglas impronunciables. Y entonces fue él y les descubrió el centro a los españoles, el pensamiento capaz de centrifugar al resto, al menos, por un tiempo.
El centro -¿cómo explicarlo?- era algo similar a la Tierra Media de El Señor de los Anillos, o el ombligo del hombre Vitruvio de Leonardo, o el punto G de una erótica poderosísima. El centro también era el aire dulce que flotaba en el orificio de un donut, el símbolo de la Ucedé, con sus dos porciones bipolares para satisfacer mejor a un pueblo ansioso por saborear el éter. Ah, el centro, cómo a nadie se le había ocurrido antes instalarse en ese solar.
El centrismo, igual que el bollo azucarado, permitió que más de un "azul" exclamara aquello de: ¡Anda los donuts! ¡Anda la cartera de Gobernación!" y a la mañana siguiente verse en la Gaceta de Madrid. Tampoco faltaron a la merendola zampabollos a babor y a estribor que sucumbieron a la fuerza centrípeta de aquel salvavidas verde y naranja que les libró de morir ahogados. El éxito estaba garantizado.
No obstante, como sucede en todas las fiestas, en cuanto se acabó lo que se daba, nadie aguanto un minuto más en compañía del self made abulense. El centro, el producto redondo que la gente sin ira consumía porque él pudo prometer y prometió que estaba más rico el hueco que los contornos, agotó sus existencias. El obrador donde se cocinaron los pactos como rosquillas y una tarta magna, la Constitución, que era la guinda del pasteleo, se traspasaba. Al titular del establecimiento los suyos no se le perdonaron el éxito, ni tampoco Fragairibarne y los magníficos, ni el nadiusko González. Por supuesto, no lo soportaron los generales que le pegaron cuatro tiros al luminoso bicolor con forma de diana, aunque las balas no dieron en el blanco. Entonces, como en el tema premonitorio de Perales, él se marchó y a su barco le llamó Libertad y en el cielo descubrió gaviotas y, sobre todo, ¡rosas como puños!
Fue una amago de retirada, pues Suárez regresó con el aura de los mártires redivivos que se guardan el secreto de obrar milagros. Por una temporada, con el nuevo partido céntrico, el Cedeese, se lanzó a predicar las bondades de la cuadratura del círculo que, en esa hora, ya sólo era un donut que había superado la fecha de caducidad y no suscitaba el interés del consumidor medio que prefería los efluvios del Eua de Rochas de La Internacional felipista o el vuelo sin motor de los polluelos de don Manuel. El the end.
Luego Su Majestad, para agradecerle los servicios prestados, le compensó con el toisón de oro, una rosquilla muy golosa, y el ducado de si mismo, la ínsula donde se sustanció en su propio centro porque no le acompañaba nadie. Un poco más tarde, como el protagonista de la canción, se marchó a recorrer el mundo en su velero y navegar, nai, na, na, navegar... que en eso consiste el mal del médico con apellido alemán.
Yo, por razón de edad, descubrí la centralidad en época mucho más reciente. Un servidor llegó hasta allí/aquí adelantando por derecha. En ese largo viaje, les aseguró que lo único importante fue alcanzar la meta, el kilómetro cero de las ideologías. En este lugar impreciso y, sin embargo, privilegiado aprendí una de las mayores lecciones que se desprende de los trabajos hercúleos de Adolfo Suárez: desmontar las Cortes del nacional-catolicismo desde dentro. Del mismo modo, yo -si se me permite la inmodestia- trato, en cada sesión parlamentaria, de que sus señorías del regional-campismo, diputados e imputadas, imputados y diputadas, se hagan el harakiri y pueda desmontar el viejo andamiaje del régimen francisquista; cosa Milagrosa. Va por usted, presidente.




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  1. Has hecho una excelente radiografía de toda una época, enhorabuena. Yo también compartí en tu muro un artículo titulado: "Ha muerto Adolfo Suárez: Comienza el circo de los hipócritas", que también va en esta línea. Sigue así "president", que nos ilustras perfectamente. Moltes gràcies i... SALUT I FORÇA!

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