Publicado por Cronista Montañés martes, 4 de febrero de 2014


Hoy me veo en la obligación de explicar aquí, como si se tratara de una declaración por escrito, el daño que ha causado entre nosotros eso que ha venido en denominarse la maldición del Naranjito. Una naranja, cuando no se recolecta a tiempo, cae del árbol por su propio peso y ya sólo sirve para dos cosas: convertirse en zumo industrial o mascota de los mundiales. O eso pensaba yo antes de realizar un pormenorizado repaso al sumario del caso Nóos, un pasatiempo que me ha permitido deducir que ambas finalidades citrícolas pueden ir de la mano gracias a un invento llamado Summit. Yo, que también llevo un lingüista dentro, me he permitido traducir al cristiano el palabro anglosajón por Zumito, diminutivo, masculino, singular, derivado del verbo compuesto: Tevoyaexprimir.
Para entender el maleficio, y su posterior conjuro, debemos remontarnos al verano del año 1982, después de Cristo; España acogía el Campeonato Mundial de Fútbol y el símbolo que nos representaba entonces era una navelate con ojos, boca, brazos y patas, ataviada con los colores primarios de la Selección. El dibujo era simple y el nombre del monigote no podía ser más obvio: Naranjito. Sin embargo, a pesar de la connotación valencianísima de la pieza de fruta, Valencia no fue la sede del evento, fue una subsede. Una década después, el país volvía a acoger un acontecimiento deportivo de primer nivel, los Juegos de Barcelona, y Valencia repitió, como subsede, claro. Es más, si alguna de las candidaturas olímpicas de Madrid hubiera llegado a buen puerto, ese puerto hubiera sido el muelle de Levante, evidentemente, en calidad de subsede.
El Cap y Casal, durante el Zapaterato, albergó la America’s Cup, únicamente porque el equipo suizo, encargado de organizar la regata, cayó en la cuenta de que en toda la Confederación Helvética no había un triste amarre. De manera que el sino de nuestra eterna subsidiariedad persistía. ¡Maldito Naranjito y malditos Clementina y Citronio!
Por eso no es de extrañar que cuando don Iñaki Urdangarín, un consorte de la realeza, se presentó ante nuestras autoridades con la idea de realizar un Summit con sede en Valencia, éstas sacaron la chequera sin saber muy bien de qué se trataba. Al fin un príncipe de opereta -o de Zarzuela, que es lo mismo- se dignaba a romper el hechizo que pesaba sobre la Cenicienta peninsular. El duque de las Baleares, como ya imaginan, iba probando el zapatito de cristal por los principales ayuntamientos y las Generalitats. Este objeto lo debió de extraviar alguna doncella en un cóctel de los que dan en Marivent, así que no resultó complicado dar con el pie que encajaba como una horma. Doña Rita la soltera contaba con el pinrel preciso y el infantón de España portaba un calzado vidrioso de la talla XXL; eh voilà! Y para que la feliz unión se consumara, únicamente faltaba el consentimiento de Pacocamps, el hijo político de la alcaldesa, a quien le encanto la idea conocer a un padrastro tan real. Una gran emoción embargó a los protagonistas del cuento de Disney, al fin iban a probar el Summit 100% Don Iñaki, el elixir con el que se conjuraba el mal fario del Naranjito. Fue en aquel punto que la Scarlett de la Huerta soltó la frase: Aunque tenga que matar, engañar o robar (presuntamente) a Dios pongo por testigo que nunca jamás volveré a ser subsede.
Dicho y hecho, a partir de ese día, hasta la ciudad del Turia arribaron urdangarines de todo tipo y condición, hombres de fortuna que representaban las sedes de los fastos más pintureros, que antes sólo estaban al alcance de las urbes que figuraban en el mapamundi. En consecuencia, el Summit se reeditó durante tres veranos azules con cargo al presupuesto. Y eso sólo era el principio. Poco después, a mi predecesor se le presentó un piernas que le aseguró que él podía convencer al mismo Papa de Roma para que viniera a reunirse en Valencia con la juventud del orbe; un botellón, pero con misas. Y otro espabilado fue a comentarle al Molt Honorable que, si contaba con el plácet del Palau, persuadiría al magnate de Fórmula Uno para que trajera a la ciudad de las flores, de la luz y del amor el Gran Premio de Europa, en un nuevo circuito mejor que el de Montecarlo, aunque sin Grimaldis.
Ahora que el juez toma declaración jurada al último presidente y a la primera edil, en calidad de imputados por los tejemanejes del Instituto Nóos, me sentía en la obligación de dejar negro sobre blanco, a modo de atenuante, el testimonio de cómo sucedieron los hechos, qué motivó tanto dispendio y por qué trataron de librarnos del maldeojos que nos echaron a lo valencianos a principios de los Ochenta. La paradoja es que la Comunitat ha vuelto a ser subsede, pero de la Audiencia de Palma y del Tribunal Supremo, ora del caso Nóos, ora de la trama Gúrtel. ¡Contra Naranjito vivíamos mejor!



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